John Henry Newman: La paz y el cuidado de la creación
Conferencia de Delia Sagastegui Urteaga, doctora en teologia.
Viernes 12 de mayo 2023.
Nos está preocupando a todos el estado del planeta con alteraciones que parecen irremediables y consecuencias que afectarán al mundo entero. Esta situación nos está generando serias dudas sobre nuestras capacidades y límites, pero también sobre la solidez de la fe religiosa que nos sostiene. Esto nos lleva a reflexionar atentamente, sobre nuestro destino en el cosmos.
Esta tarde nos va a ayudar una persona del siglo XIX, pionera en contemplar la espiritualidad del cosmos, cuyo pensamiento orientado al futuro nos ofrece un nuevo ángulo para mirar más allá de lo que tenemos delante. El testimonio de este ser humano polifacético, catedrático de la Universidad de Oxford, sacerdote anglicano de fe profunda y contagiosa nos puede dar hoy una pista para recuperar el “gusto por vivir” y enfrentar, con esperanza, los desafíos del presente y futuro.
La figura de John Henry Newman (1801- 1890) me sorprendió hace ya varios años, cuando al preparar el trabajo de fin de máster de teología, bajo el título La mujer en Pedro Poveda (fundador de la Institución Teresiana), encontré, en un boletín teresiano de 1913, un texto de su diario de 1863 titulado Ideas pedagógicas de Newman.
No me llamó tanto la atención el título, cuánto lo que se decía del autor. Se le presentaba como la gran figura del catolicismo inglés del siglo XIX sólo comparado, según Hovre, a aquellas otras gigantes del catolicismo universal: San Agustín, Santo Tomás, Bossuet…y con Thomas Carlyle y John Ruskin, formaban la trinidad de los grandes maestros nacionales de la literatura inglesa . Yo, en ese momento no conocía nada de Newman. Pero, tal comparación y saber que había sido un apasionado buscador de la Verdad, me cautivó totalmente.
Empecé a buscar el secreto personal inspirador de su vida. En realidad, fascina alguien que, buscando respuestas a los graves problemas de su tiempo es, a la vez, antiguo y moderno. Los Padres de Iglesia y los mártires de los primeros tiempos han moldeado su sensatez y valentía. En su mente encajan perfectamente los clásicos y los descubrimientos científicos contemporáneos. Newman habla el mismo lenguaje de la gente obrera y a la vez, desarrolla la más exquisita literatura; ayuna y hace penitencia, pero también lee novelas, toca el piano, y se actualiza cada día; viaja por el mundo en el medio más moderno de su época, pero, al mismo tiempo, mira la realidad histórica con los ojos de Cristo que, para él, es la medida de todas las cosas.
Todo lleva a pensar que la verdad de su vida puede derramar sabiduría también para hoy .
¿Cuál es ese secreto de su vida? Que desde muy joven logró entrar en su interior y descubrir el núcleo de su propio ser, con toda su riqueza y debilidad. Es su primer “selfie”: su propio yo y Dios. Descubrimiento que significó para él, el principio básico de su existencia.
A partir de allí, descubrió el segundo, que denominó principio místico o sacramental y que no es otra cosa sino la certeza de que el mundo visible, físico o histórico manifiesta a los sentidos, otro mundo muy distinto: el mundo invisible.
Y, por último, pero no menos importante, está el principio comunitario/ecológico. El ser humano, por sí mismo, no existe; cada uno se va haciendo al caminar con los demás e interactuando con la naturaleza.
Al dialogar con sus obras he visto que el núcleo original de su persona ha sido siempre su conciencia. La fidelidad a ésta, como principio íntimo de sus acciones, es un modelo para el hoy de la historia frente a los desafíos que nos rodean. Ésta ha sido para él, una “buena nueva” de liberación y paz interior. Además, a nivel teológico, su concepto de conciencia ha aclarado ambigüedades en la definición dada por el Concilio Vaticano II. Lo esencial de la conciencia es dictar y mandar, pero lo interesante está en que lo hace en relación íntima con los afectos y emociones. Por eso, Newman considera las emociones y los sentimientos como la mediación psicológica entre la corporeidad, las sensaciones e instintos, y el intelecto y la voluntad , todo lo cual le hace consciente del presente que está viviendo y le impulsa a hacerse cargo de él.
Este “hacerse cargo” se le presenta complicado por el contexto racionalista en el que vive, en el que avanza la modernidad y prevalece la razón instrumental de matriz técnico-científica, poderosa en el ámbito de la experiencia, pero que relega la fe y la religión al ámbito de los sentimientos, opiniones, supersticiones y fanatismos.
Sin separar nunca mente y espíritu, Newman consigue sacar a la fe del rincón de los fenómenos de la irracionalidad para mostrarla compatible con todo tipo de conocimiento y, algo muy importante es que rescata su importancia en la conducta práctica.
En un estado correcto del corazón se percibe la presencia de Algo o Alguien en el propio interior. PRESENCIA íntima que reclama obediencia a un divino Soberano y Juez . Y esta presencia la experimenta todo hombre de cualquier raza o religión. Por eso, Newman dialoga con la religión natural y con todo tipo de creencias pues sabe que todas comparten la misma raíz creyente que es la conciencia.
Ahora bien, si en este momento todos deseamos armonía y paz universal, Newman nos recomienda, cultivar, sobre todo, dos emociones: el asombro y la maravilla que hacen sentir que los seres humanos y el universo entero estamos interconectados: todo está conectado con todo.
El asombro abre la mente, la detiene y le hace tomar distancia de las circunstancias actuales para descubrir algo que está más allá de la experiencia sensorial. La belleza de la naturaleza y las obras de arte nos asombran, pero también nos asombramos cuando entramos en nuestro interior y redescubrimos y reeducamos nuestra capacidad de admiración. El máximo asombro lo sentimos ante la Presencia del Misterio en todo lo creado y en nosotros mismos, pero también, asombro ante las cosas más pequeñas y vulgares de la vida diaria. Asombro que nos vuelve transparentes en la luz de Dios cuando aceptamos humildemente la cotidianidad con sus pequeñeces, vulgaridades y heridas.
La otra emoción es la maravilla. Ella, al inicio nos desorienta, pero luego, la mente progresa y se expande hasta encontrar que su centro de gravedad ya no es ella misma. Esta es su grandeza: llevar a experimentar la PRESENCIA de Dios. Unida al asombro, la maravilla facilita una profunda conexión y pertenencia con la fuente de la Vida, la Belleza, la Bondad y la Verdad. Al contemplar el poder de la naturaleza o al admirar una gran proeza, nos sentimos inclinados a posponernos, a compartir la sensación, a implicarnos y a cooperar y ser más generosos. Capturados por el asombro y la maravilla ensanchamos nuestra conciencia. Asombrarnos es nuestra responsabilidad para consumar la experiencia de estar vivos y de involucrarnos en los eventos que ocurren ante de nuestros ojos.
Lo que nos sobrecoge, lo sublime, anula parte de nuestro yo, y al quitar importancia a nosotros mismos, se reduce el estrés y la incertidumbre, aumenta la confianza y nuestro ser se pacifica. Además, aumenta nuestra curiosidad y creatividad para conectarnos realmente, desde nuestro interior, con todos los seres humanos, con la casa común de la naturaleza y con el Invisible que, con infinito amor nos ha creado y nos acompaña. Sintiéndonos amados y acompañados será más fácil vivir conscientes del momento presente, sin caer en las trampas del ambiente competitivo y consumista que nos envuelve y obstaculiza ofrecer felicidad al mundo, hambriento de verdadera sabiduría.
Concluimos con Papa Francisco que hace eco a Newman en un encuentro con pastores anglicanos la semana pasada (Vaticano 5 de mayo 2023): “¡Con qué respeto cada uno contaba su camino! Escuchaba y yo quedé contento, me hizo bien compartir. No somos aislados, no somos islas. ‘Mi Iglesia es la única, la verdadera, ustedes son de segunda o de cuarta’. ¡No!”. “Dios se manifiesta en todas las culturas. Y Él, que es el Padre de todos, nos lleva al diálogo”. “Es importante dialogar” con los que piensan diferente, porque Dios “que es Padre de todos nos lleva a dialogar” y a respetar el camino de los demás… “No siempre se ha dialogado. Antes hablábamos con el espejo; os mirabais y os respondíais, y condenabais a los que estaban fuera, los archivabais”. “Ahora puedo decir: el camino que estoy siguiendo es el verdadero para mí, pero respeto el de los demás, que a su vez dicen: ‘Este es el verdadero’. Y esto no es relativismo, es respeto, respeto, respeto y convivencia” .