Evangelii Gaudium: Desafío desde la crisis

CHARLA SOCIAL DE ADVIENTO

Basado en la reflexión de José Luis Segovia Bernabé, Profesor del instituto superior de pastoral UPSA (Madrid)

Recensionado por Pascual Saorín Camacho, Párroco del Sagrado Corazón de Jesús de Cartagena

Un novedoso punto de partida.

Juan Pablo II pedía una “nueva evangelización” que fuera nueva en el ardor, en el lenguaje y en el método. Esta novedad es una vuelta radical al evangelio, no una moda pasajera. Ello implica un nuevo modo de ser Iglesia, en salida, en diálogo, en entrega solidaria, fiel a la misión recibida, atenta al Espíritu y centrada en los pobres. En el adviento tenemos la oportunidad de renovar esta intuición a la luz de la sagrada familia en Belén, de la venida de Dios en medio de la crisis que atravesamos y con la esperanza del Reino como horizonte hacia el que caminamos.

Un nuevo ardor en la fe.

La raíz de la pasión evangelizadora está en el encuentro con la persona de Jesucristo. Como todo encuentro de amor, ha de ser una realidad apasionada o no ser en absoluto. En este sentido no es una experiencia autorreferencial que se retroalimenta a sí misma, sino una vivencia centrífuga, irradiante de aquello que se vive y se necesita compartir. Se trata de recuperar la experiencia original de la fe enfrentándose al verdadero enemigo, que no es la increencia sino el miedo y el repliegue sobre uno mismo, que está a la base de lo que el Papa Francisco denomina “mundanidad”. Para salir de la espiral mundana el papa no teme al “caos” que desordene nuestra asepsia poniendo patas arriba nuestras falsas seguridades. En realidad, la novedad no es tal, pues supone volver al espíritu (un tanto olvidado) de la Gaudim et Spes y la Lumen Gentium. Introduce para ello Francisco la categoría de “discípulos y misioneros”, obra de documento de Aparecida y que late transversalmente a lo largo y ancho de la Evangelii Gaudium.

El regreso del método de la revisión de vida.

Hay que recordar que esta metodología ya fue recogida por Juan XXIII en
Mater et Magistra y recuperada por el documento de Aparecida. Tal método implica mirar la realidad de forma teologal, de manera que toda ella sea atravesada por la Palabra y transformada por el amor práctico de la Iglesia. No ver con los ojos de Dios la realidad nos lleva a un “diagnóstico de salón”, a una “teología de escritorio” (EG133). Además, esta mirada tiene la ventaja de ser “bifocal” porque permite un discernimiento ético compartido por creyentes y no creyentes.

El nuevo lenguaje o la novedad que no es novedad.

Nada hay más nuevo que la verdadera Tradición, el volver a la fuente, a aquello para lo que vino Jesús. Francisco invita a ir a lo esencial; y lo esencial es plantarnos de nuevo ante el pesebre, el cenáculo, la cruz y la tumba vacía, fijando los ojos en el Señor e incluso en su ausencia.

La verdadera Tradición nos descoloca al reavivar en nosotros el reto de redescubrir nuestra vocación de seguimiento y de centralidad en los pobres y excluidos como piedra de toque en donde se pone a prueba nuestra sinceridad. Jesús viene a nuestra vida a lomos de la pobreza. No es una simple estrategia, sino un espacio místico indispensable para abrirse al Padre.

Francisco nos pide no escudarnos en la mediocridad que, sin duda descubriremos al ponernos ante estas realidades de pobreza. Se trata de no hacer del pesebre, el cenáculo fraterno, la cruz del fracaso y la tumba vacía realidades abstractas, sino experiencias reales. Hemos de preguntarnos, ¿En qué pesebre concreto de mi vida me puedo encontrar con Jesús recién nacido? ¿En qué mesa descubro la fraternidad y el amor entre hermanos? ¿En qué cruz de mi vida y de la vida de los demás tropieza mi fe y experimento el fracaso? ¿Qué tumba vacía me abre a la posibilidad de una Vida más allá de esta vida?
Se trata no tanto de ver lo que somos ahora sino lo que estamos llamados a ser porque él se fía de nosotros, lanzándonos como lo hicimos cuando dimos el primer “sí” como discípulos misioneros que quieren seguir creciendo (EG 121). Toda una inyección de vida que a la vez que duele, también estimula.

La crisis económica en la exhortación.

La realidad social que nos ha tocado vivir se desarrolla en un ambiente de crisis que muta, pero que no acaba de desaparecer, tal vez porque sea estructural. Ante ello no cabe más que exponer el pensamiento social cristiano en varios puntos:

a) La dimensión antropológica de la crisis.

A la base de la crisis contemporánea hay una concepción errónea del ser
humano que es reducido a una mera necesidad: la del consumo. El presupuesto antropológico sobre el que se basan la mayoría de concepciones político-económicas es errado. Esta concepción se resumiría de la siguiente manera: el ser humano es un “individuo, racional, egoísta e interesado, susceptible de adoptar elecciones diversas”. Esta definición ha formateado de tal manera el pensamiento contemporáneo que hoy día resulta muy difícil liberarse de él.

En las antípodas de este pensamiento se sitúa otra visión antropológica que corrige severamente lo anterior, Se podría definir en 4 puntos:

a. Los seres humanos no son “individuos” (como las amebas) sino “personas”.
b. No se mueven tanto por criterios racionales como emocionales.
c. Además del egoísmo, el ser humano es también sujeto de gratuidad,
solidaridad y altruismo.
d. Para la mayoría de habitantes del planeta no hay mucha más elección que la de escapar de la pobreza. No son realmente libre.

Tras el divorcio entre la ciencia económica de la religión e incluso da la filosofía moral, se ha producido un endiosamiento de la libertad individual que ha separado a los seres humanos unos de otros, convirtiendo las sociedades en archipiélagos, limitando y deshumanizando las relaciones y minando a la misma persona. Ante esto, el Papa Francisco nos recuerda en EG un “antropocentrismo teónomo” donde el hombre sigue en el centro, pero porque Dios así lo quiere. Los cielos no se conquistas; se reciben. Si estamos en el centro del universo no es por méritos propios, sino porque Dios nos ha puesto allí. Ese puesto se recibe con agradecimiento y se guarda con fidelidad, no como algo propio, sino como un don inmerecido. De esta manera la Iglesia propone un modelo social que sea sostenible y universalizable donde los puntos claves estén inspirados por el humanismo integral que ya propuso Maritain:
 la primacía de la persona
 la soberanía de la ética
 el trabajo no reducido a mera mercancía
 el anti cortoplacismo
 el control político de la economía
 la orientación al bien común y a la justicia social.

b) La dimensión ética de la crisis.

Dijo Charles Péguy, que “la revolución social será moral o no existirá”, No se trata sólo de una moral personal, sino también social. Ciertamente en la sociedad de hoy hablar de ética no deja de ser algo incómodo. Sin embargo, hay que reconocer que detrás de esta crisis hay arrogancia, codicia y falta de decencia. Como piensa González de Carvajal existe una “crisis de civilización” que Benedicto XVI denomina “crisis ética y cultural”. Esta tesis está apoyada por autores como Polanyi, quien en su libro “la gran transformación” publicado en 1944 ya profetizaba que muchas veces las crisis sociales no tienen únicamente un carácter económico. En el origen de la actual crisis está la sacralización de la desregulación de los mercados, especialmente el financiero, y el dogma del crecimiento ilimitado; al mismo tiempo que el auge de contravalores que han malvado muchos corazones.
Se ha confundido la economía con la crematística y no con la satisfacción de las necesidades humanas. Se han creado dogmas como el “down effect” y otros tantos argumentos duramente criticados por el papa Francisco, quien destapa y denuncia la confianza burda e ingenua que reclaman los que controlan el poder económico sacralizando los mecanismos del sistema imperante, olvidando otras dimensiones fundamentales. Se trata de una posición destructiva, autista e individualista de un sujeto sin alma que absolutiza la eficiencia ninguneando a una gran parte de personas y olvidando toda referencia a la justicia. Como diría Paul Ricoeur, estamos caminando hacia un “mundo sin prójimos”.

Pero tras esta denuncia es preciso reclamar también una actitud positiva y activa a través de propuestas que inviten al altruismo y a la moralización de la vida económica. No se trata tan sólo de recuperar los valores eternos, que por ello son tradicionales, sino también de aplicar en las relaciones mercantiles principios como la gratuidad y el don. El papa advierte que los pobres no pueden estar ausentes de la vida económica y sus decisiones. Según Caritas in Veritate, no sólo hay costes económicos, sino también humanos, que son mucho más importantes. Según la doctrina social de la Iglesia (nº 28) hay que trabajar por “la construcción de un orden social y estatal justo, mediante el cual se da a cada uno lo que le corresponde”. Es esta “una tarea fundamental que debe afrontar de nuevo cada generación”.

c) El carácter estructural de la crisis.

Se había pensado que el desarrollo era simple crecimiento económico, pero esta visión se ha descubierto miope. Se reconoce así mismo que tal error tiene unos responsables; nada de lo que ha ocurrido ha sido fruto de la casualidad. En el origen de la crisis existe una concepción “tardocapitalista” que hizo del lucro su máxima, llegando a enquistarse en una cultura más peligrosa que los mismos mecanismos que genera y de la que los pobres también participan.

d) La desigualdad como lanzadera de la crisis.

Para el papa francisco la desigualdad es “inequidad” y está a la base de muchos males económicos. Esta desigualdad tiene su origen antes de la crisis económica, dado que el desarrollo del PIB en años de vacas gordas no sólo no aminoró las diferencias sociales, sino que contribuyó a sembrar la semilla del proceso infernal de desigualdad creciente que hoy sufrimos. Es por tanto un problema desencadenado no por la crisis, sino por un sistema ineficaz y cruel. La encíclica programática de Francisco se ha atrevido a enmendar la totalidad de dicho sistema y su matriz cultural de contravalores. Tal radicalidad en las formulaciones sólo encuentra un precedente de similar fuerza en la encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI ante la crisis de 1929. Ninguna de las dos se anda por las ramas. Esta desigualdad es para Francisco la raíz de los problemas sociales (EG 202). De esta forma, los tópicos sobre los que se asienta el modelo de desarrollo son desenmascarados: El crecimiento NO es el fundamento del bienestar; un consumo en expansión puede estimular el deseo, pero NO nos hace más felices; la falta de equidad NO es un fenómeno natural sino profundamente inmoral y la competencia NO es condición suficiente para lograr cierta justicia social.

e) El túnel sin salida que la crisis que reclama un nuevo modelo.

La insostenibilidad del sistema hace inviable cualquier final feliz y todo intento de universalización. Se advierte así la necesidad de reconfigurar la realidad para crear nuevos modelos económicos y políticos bajo la tutela de la ética. Cada vez va surgiendo con más claridad la “necesidad de un modelo alternativo al desarrollo a gran escala que tenga en cuenta la totalidad del ser humano”.

f) La actitud pasiva de la Iglesia española ante la crisis.

La crítica a la sociedad se complementa con una mirada también crítica al interior de la Iglesia, reconociendo que el trabajo de Caritas en España no ha sido suficiente para tapar la falta de sensibilidad manifiesta de la Iglesia (sobre todo en su jerarquía) ante los gravísimos problemas sociales que se están viviendo. Se ha tenido una boca muy grande para denunciar algunos temas de índole personal (sobre todo en el ámbito sexual) y muy pequeña para denunciar los abusos del sistema político-económico reinante. Existen diversos documentos del episcopado español, como la declaración de la asamblea plenaria de obispos de 2009 y la declaración de la permanente de 2012 más lograda que la anterior, pero son documentos que han pasado desapercibidos y presentados sin demasiado ardor.

Curioso resulta que en el plan pastoral de la CEE 2011-2015, donde únicamente una vez aparezca la palabra “justicia”, referida a un documento de Benedicto XVI. Más viva y elocuente han sido las pronunciaciones de algunos grupos de obispos locales, así como de la comisión episcopal de pastoral social. Siguiendo al papa se recuerda una vez más que “la caridad comienza por abrir los ojos a la realidad”.

Con todo, el episcopado también nos recuerda algunos indicadores preocupantes: el aumento progresivo de la desigualdad, la reducción de los servicios sociales, la dificultad para acceder a una vivienda, la bajada del nivel de renta o el alarmante índice creciente de pobreza infantil. Estos problemas no nos pueden dejar indiferentes. La misma jerarquía invita a un cambio que pasa por la toma de responsabilidades concretas; la creación de una nueva mentalidad y de una economía al servicio del ser humano, no del dinero y del mercado. Sin duda el papa no trata de hacer ningún cambio doctrinal, pero su estilo es mucho más que mera estética; supone una verdadera conversión pastoral.

Dejarse afectar por la crisis.

Citando a Schiller en su obra “cartas sobre la educación estética del hombre”, “ninguna gran transformación social es posible si no se ha educado en la sensibilidad”. Como señala el papa, hemos perdido la capacidad de conmocionarnos. Habría que pasar del “atrévete a pensar” de Kant al “atrévete a que te duela” que propone Francisco, porque sólo desde la afectación por el dolor ajeno se nos puede despertar la compasión y la indignación, que son los dos sentimientos morales más elementales. Se trata con ello de “ponerse a tiro”, deteniendo el paso y mirando como el buen samaritano o le grito de un niño recién nacido en un sucio portal, dejándose llamar y querer por las víctimas. Con ello se busca un nuevo tipo de acogida que supere la lástima y que trate al necesitado con la dignidad que merece todo ser humano. Esta actitud llega incluso a lo concreto, intentando que los pobres “se sientan en su propia casa”, que la Iglesia deje de ser una “aduana” salvando, eso sí, la necesaria metodología. Esta nueva forma de afrontar la crisis supone regresar a la pregunta que Jesús hacía: ¿Qué puedo hacer por ti? Ciertamente los protagonistas han de ser las víctimas; es importante que no suplantemos su papel.

Al mismo tiempo, la misericordia debe romper las separaciones que hemos construido entre lo asistencial, lo promocional y la denuncia profética. Sigue vigente la petición tan comprometedora de Jesús en el milagro de la multiplicación de los panes: “Dadles vosotros de comer”, pero de un modo respetuoso, sin olvidar la relación personal y la reparación estructural. “La solidaridad cristiana implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza … como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos” (EG 188).

Existe un ataque a la cultura de los derechos humanos; introduciendo el miedo al diferente se ataca sutilmente los derechos civiles y políticos mientras que la crisis financiera liquida los derechos económicos, sociales y culturales. El relativismo cultural mina los derechos humanos y los privan de sus notas universales. Otro problema grave es el ataque a los “derechos distributivos” en función de la “meritocracia” y de la sobra de dinero. Frente a ello EG habla del “arte del acompañamiento” como forma de humanizar (y divinizar) todo acto solidario. Hay que reconocer que Europa es el único reducto del mundo donde todavía pervive una economía social y un modelo que debe ser defendido frente al capitalismo salvaje. Esta es la aportación de nuestro viejo continente.

Leer teologalmente la realidad.

La lectura creyente nace del contraste entre la vida y sus desafíos a la luz del evangelio. Francisco no hace un análisis técnico de la crisis; no es su papel; su análisis es teologal. Recuerdan sus palabras a las palabras de Dios a Moisés cuando le hace ver que hasta él había llegado el “clamor” de su pueblo. Hay razones para seguir escuchando es clamor: desahucios, CIES, los ERE fraudulentos… etc Sólo una cercanía afectiva puede liberarnos de las ideologías y mirar al otro como un sacramento de Dios que despierta nuestra compasión como un reflejo de la misericordia divina.

Pero no se trata sólo de compasión, sino también de indignación, aunando así la mano tierna que acoge y cura y la boca profética que se queja contra esa injusticia y desenmascara sus causas. Se trata de mirar como Dios mira para comprometernos no como una estrategia o ideología, sino desde una experiencia profundamente espiritual. Esta opción preferencial por los pobres es tarea “esencial” de la evangelización (EG 146). No se trata de ser teóricos, sino de descubrir el paso de Dios; es, por tanto, un acto profundamente espiritual y místico que reclama ética y al mismo tiempo estética. Se trata de hacer visible lo invisible como hacen los poetas. Según el poeta Carlos Pujol: “el poeta está para ver lo que no se ve, para lo que se ve, ya está el resto de la gente”. Aunque como diría Gerardo Diego, “¡Qué difícil es ser poeta!”

Apostar por la renovación pastoral.

  • La afirmación del documento de Aparecida que define a la Iglesia como “abogada de los pobres” implica algunos puntos importantes:
  • La amistad con los pobres: Se trata de establecer una sana complicidad con los excluidos; querer y ser queridos por ellos.
  • La dimensión asistencial mantenida, pero sin que pueda ser interpretada como una humillación. Reconociendo la inevitable necesidad de la ayuda asistencial, el papa deja claro que ésta siempre ha de ser una “respuesta pasajera”.
  • La dimensión promocional integral del ser humano (EG 182) que empodera al débil para que sea protagonista de su levantamiento y no mero sujeto pasivo.
  • La transformación de las estructuras de pecado que supone hacer frente al individualismo moral que pretende reducir los problemas económicos a meras responsabilidades personales sin implicación social alguna. Hace falta una resistencia profética contra el hedonismo. La salida de la crisis no puede ser únicamente tarea de un emprendimiento personal; si no acompañan las estructuras, dicha llamada al emprendimiento no será más que una trampa más del sistema.
  • La crítica del “capitalismo compasivo” que pretende remoralizar a los individuos dejando de lado las estructuras, delegando en las instituciones de caridad lo que es responsabilidad de la sociedad. Como la doctrina social de la Iglesia no se cansa de repetir, hay que “resolver las causas estructurales de la pobreza y promover el desarrollo integral de los pobres” (EG 188).
  • La denuncia profética que la Iglesia como nadie puede hacer por la libertad que la habita. La Iglesia no puede permanecer muda. El amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso (CDSI 6).
  • Desde una actuación integradora se ha de seguir luchando por la vida desde su origen hasta su final natural, sin fraccionar ni subrayar determinados periodos biológicos al margen del resto.
  • Por último, se señala una dimensión creativa. Habría que crear en todas las parroquias un “departamento de inventos”. Con imaginación, el Espíritu puede suscitar en nosotros iniciativas nuevas que den respuesta a los problemas nuevos. Por ejemplo, el “banco de tiempo”, que consistiría en una especie de “socorros mutuos” donde el pobre transforma su pasividad por la actividad de aquello que pueda hacer con la misma generosidad que espera ser ayudado. Esta nueva relación con el pobre:
    1. Resitúa en el cariño el ejercicio de la auténtica caridad.
    2. No genera expectativas que acaban en frustración.
    3. Libera al voluntario que acoge del estrés o la ansiedad ante la precariedad de sus medios.
    4. Convierte los centros de ayuda en espacios de encuentro fraterno donde todos son protagonistas.
    5. Pone al estado en su lugar exigiéndole su responsabilidad.
    6. Se recupera la dimensión de denuncia profética.
    7. Permite una buena cuantificación de los problemas sociales y sus víctimas.
    8. Posibilita el trabajo en red con otros colectivos.
    9. Encuentra otras formas de organizar la economía y las empresas, como apoyar la nueva banca ética para no dejar de “creer en lo revolucionario de la ternura y el cariño” (EG 288).

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