Epifania (Ciclo A)

 

HOMILÍA

 

¡Mirad! Hay luz para todos aquellos que miran; basta con abrir los ojos, con fijarse un poco, pues como dice el refrán “no hay más ciego que el que no quiere ver”. Vivimos en un mundo de destellos fulgurantes que nos deslumbran y nos ciegan. La luz de Dios es diferente, no es espectacular, no hace daño a la vista, sino que, más bien se deja buscar tenuemente y enamora con su constancia y belleza diminuta. La humanidad se empeña en romper la noche con luces fulgurantes; hay miedo a la noche; por eso la combatimos. De la misma forma tenemos miedo al dolor, a la desorientación, a la crisis. Pero la noche es necesaria pues en ella Dios se revela con más ingenio. Busca en tu noche la estrella, pero cuidado de no dejarte engañar por las luces deslumbrantes. Busca más bien en el cielo y no te dejes engañar por los reclamos del mundo.

 

Sólo un verdadero Rey sabe humillarse ante lo pequeño. Los reyes de pacotilla se creen grandes, se separan de aquellos a los que gobiernan llevando una vida que ninguno de los suyos se puede permitir. Los reyes de verdad siempre van en búsqueda de la verdad y la justicia, no temen lo desconocido porque se fían de Dios y no han de vivir preocupados por mantener sus conquistas humanas, pues todo lo suyo es para su pueblo, no para ellos.

 

Un rey de verdad no entiende de fronteras, tiene su casa y sus palacios siempre abiertos, al servicio de todos, sin nada que ocultar, sin nada que retener porque su dicha es el bien del otro. Así, para un rey de verdad no hay extranjeros, sino personas, recibiendo a los extranjeros como mensajeros de Dios que vienen cargados no sólo de retos, sino también de una riqueza y unas palabras nuevas con las que enriquecer el corazón. Esta es la buena nueva del Evangelio: todos sin excepción estamos llamados a seguir la estrella; no hay razas cuando se busca la verdad desde el Amor. Dios no está monopolizado por ninguna raza, cultura, religión o creencia. Más allá de nuestros límites no hay desconocidos, sino personas llamadas a ser nuestros hermanos.

 

Así es; los reyes buscan, viajan, lo dejan todo con tal de encontrar la salvación; arriesgan sus vidas, se hacen humildes preguntando; no tienen miedo de mostrar su ignorancia; no viven seguros más que de su búsqueda. Pero cuidado, a los reyes buenos el mal los intenta manipular y engañar. El mal es cómodo, no viaja, no sale más que para matar, pues tiene mucho que perder. Por eso Herodes envía a los reyes sin arriesgar su vida en el camino; por eso se queda sin nada; y es que sólo encuentra el que busca con sincero corazón y sin mentiras. Oro, incienso y mirra representan lo mejor del ser humano, el culto verdadero y los ungüentos que rememoran la cruz y la muerte del niño nacido en Belén, pues a fin de cuentas Cristo empieza a morir y a resucitar desde que nace en Belén, como un verdadero Rey, que dejando su trono celestial se hace pequeño, se deja educar por la humanidad, sale al encuentro de los suyos para que estos tengan vida y no se ahoguen en un océano de mediocridad y mentira. Por eso su luz brilla eternamente y los destellos fulgurantes de este mundo no logran ensombrecerla; las luces de este mundo son fugaces, pero la luz de Dios es eterna.

 

Mira a lo alto, ha llegado tu estrella, déjate enamorar por ella. Sal de ti mismo, no tengas miedo pues Dios protege a los suyos en sus caminos y no deja que los mentirosos los embauquen. Ofrece a Dios tu oro como símbolo de lo que puedes hacer por ti mismo, tu incienso como símbolo de tu adoración y tu mirra como símbolo de la cruz y de tu sacrificio por los demás. Deja que Dios te muestre nuevos caminos en tus sueños para que, de regreso al hogar, no pises de nuevo la tierra de la maldad. Seguro que en tu camino de vuelta una luz brillará en tu corazón, aunque tu no la veas, no dudes que los demás sí. Tú ya no verás la estrella, pero sin darte cuenta serás una estrella que alumbra el camino de los demás. Las verdaderas estrellas no ven su propia luz; sólo viven para dar luz a los demás.

 

 

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