Domingo IV de Adviento (Ciclo A)

1ª Lectura

Lectura del profeta Isaías.

En aquellos días, el Señor habló a Acaz: “Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.” Respondió Acaz: “No la pido, no quiero tentar al Señor.” Entonces dijo Dios: “Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.

 

Salmo responsorial

Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria./Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos. R.

 

¿Quién puede subir al monte del Señor?/ ¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. R.

 

Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor,

que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R.

 

2ª Lectura

Lectura de la Carta a los Romanos.

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo, nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de los santos, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

 

Evangelio

Evangelio según san Mateo.

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.” Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.” Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

 

 

HOMILÍA

La vida está llena de guiños de Dios, pero para sentir esos guiños es necesario estar predispuestos. Hay personas a las que no sólo les cuesta trabajo reconocer los guiños de Dios, sino también abrirse valientemente a la posibilidad de sentirlos. Es lo que le sucedió al rey Acaz, quien ante la pretensión que tenían algunos de deponerlo del trono, prefería el apoyo del imperio Asirio antes que abrirse a las señales de Dios. Los materialistas y pragmáticos, como el rey Acaz, siempre prescinden de Dios en los momentos cruciales de sus vidas; se apoyan sólo en lo visible confiando en los poderes de este mundo sin darse cuanta del tremendo poder que tienen los signos. A fin de cuentas, ¿Cómo comparar el poder y la fuerza bruta con la debilidad del hijo de una virgen? Así, lo evidente eclipsa el Misterio que se esconde tras las cosas pequeñas. No obstante, esos signos siempre están ahí, esperando a ser descubiertos. Son signos pequeños, sí, aunque preñados de un poder infinito: el poder de la Verdad que siempre prevalece.

 

El signo de los signos es la presencia de Dios con nosotros en la persona de Jesús de Nazaret. Históricamente es un signo con una estrategia muy diferente a la de los poderes de este mundo. El Enmanuel, o “Dios con nosotros”, no teme a los imperios; ellos pueden controlar lo visible, pero el poder interior, la libertad, la verdad o los sueños más nobles de la humanidad son indestructibles. Sólo hay un ejército capaz de amenazar nuestra conciencia y nuestro ser más íntimo: el poder del mal manifestado en el pecado, cuya expresión terrenal es la muerte. La verdadera lucha es contra el poder de ese ejército “invisible”, aunque a veces lo activen ejércitos terrenales.

 

“Dios con nosotros” viene a ser la garantía de que no estamos solos en la lucha final. Nuestro general no está en retaguardia, enviando soldados a la lucha para que sean carne de cañón, sino codo con codo con los suyos, en primera línea, encajando los golpes por nosotros, cubriendo con su desnudez nuestras vidas hasta lograr la victoria final.

 

Ese signo de presencia pobre y sencilla es capaz de dignificar, de dar valor, de poner de nuevo en pie a cualquier persona. He ahí el “peligro” que supone su presencia para los poderes fácticos que pretenden controlar el mundo. Por eso Jesús es tan “peligroso” desde el primer momento de su nacimiento; porque Dios es capaz de conquistar con su paz lo que ningún imperio puede lograr con la guerra.

 

No sólo Acaz, sino también José tuvo muchos problemas para mirar más allá de lo aparente. A veces, la religión tampoco ayuda. José tuvo que vivir el drama de elegir entre lo que enseñaba la religión o la intuición de su corazón. Recordemos que en el libro del Deuteronomio se dice lo que hay que hacer con una mujer desposada que no es virgen: “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa paterna” (Dt 22,20ss). José es plenamente consciente del problema que tiene entre manos y, como tantos hombres, no es capaz de solucionarlo de forma racional; lo que debe de hacer choca de lleno con el amor que tiene a María, incluso aunque se sienta engañado. ¿Cómo permitir la muerte de alguien a quien amas de verdad? La violencia siempre es usada por los poderes de este mundo, pero el amor es un poder mucho mayor, transcendente e inexplicable. A fin de cuentas, la ley permitía la denuncia, pero no obligaba a presentarla. Ahí se agarró José para tomar su decisión.

 

Es en sueños (no consciente como María), como José comprende la voluntad de Dios. Si a María el ángel le habla mientras está consciente, José sólo es capaz de recibir el anuncio de la llegada del Mesías cuando duerme, es decir, cuando su consciente está eclipsado por un sueño en el que Dios tiene más fácil el acceso a su corazón. No obstante, es importante fijarse en el detalle de que sólo cuando José toma la resolución de no denunciar a María, se abre al sueño de Dios en su vida. La racionalidad o el simple cumplimiento de la Ley hubiera provocado el apedreamiento de María. Pero el amor que puede más que la venganza. Así, ese gesto sumo de amor de José fue capaz de abrir su corazón para que el ángel le hiciera ver la voluntad de Dios en su vida.

 

He aquí como muchos hombres afrontamos nuestra relación con Dios. Si la mujer es más intuitiva, dejándose llevar más fácilmente por el corazón, los hombres solemos ser más racionales. Ello no nos exime de la capacidad de amar; y de amar incluso hasta sacrificar la lógica de la ley. Es precisamente este acto sublime de amor, este sacrificio generoso, el que abre a los hombres al mundo de los sueños donde Dios es capaz de transformar una aparente traición en la oportunidad de ser cauce por el que Dios puede nacer en este mundo.

 

No sólo eso. José recibe el encargo de renombrar al “Enmanuel” (Dios con nosotros), poniéndole “Jesús”, que significa “Dios salva”. Jesús tiene así dos nombres, siendo este último más completo y profundo, pues Jesús no sólo es una presencia divina, sino sobre todo el que “salva del pecado”. No sólo es quien “perdona” (que también), sino el que “salva”. Porque perdonar no es lo mismo que salvar. Para perdonar basta una palabra, un gesto y un propósito; pero para salvar hace falta dar la vida por el otro, incluso aunque sea un pecador. Por eso el nombre de Jesús es tan importante; y es José quien se lo pone a instancias de Dios. De esta forma, José anticipa con su sacrificio por María el sacrificio que su hijo adoptivo hará posteriormente por toda la humanidad.

 

La Navidad nos brinda la posibilidad de experimentar al “Enmanuel”. Pero, ¿Cómo tener esta experiencia si nos pasamos la vida buscando sucedáneos para no sentirnos solos? Hemos de ser valientes para reconocer y afrontar la profunda soledad de la vida. Sin esa experiencia de vacío es muy difícil entender la Navidad; porque Dios viene a cubrir esa soledad existencial; no reconocerla es situarse al margen de la salvación. No nos engañemos; muchas personas viven así: sublimando la soledad, llenando el día a día de quehaceres, entretenimiento, diversiones, distracciones… anestésicos para no sentir el vacío del alma. En un corazón así Dios nunca puede entrar, como no pudo entrar en el corazón de José hasta que este se cerró a la lógica de la razón, dando paso a la locura de un corazón enamorado. Sólo así, “Dios con nosotros” se convierte en “Dios salva”.