Abre Dios su mano
en la flor que despierta,
en el día que alborea,
en la estrella que pasa,
en la sonrisa cierta,
y en la lluvia que empapa la tierra.
Trigo del hombre es su fatiga,
pan de Dios es su cosecha.
Viña del hombre es su sudor,
vino de Dios, cuando hace fiesta.
No hay ceguera si se mira con pasión,
ni sordera si se escucha en el silencio.
No hay torpeza cuando se ama sin medida
ni fracaso cuando se da desde dentro.
Oh Dios, que abres la mano cada día
para nunca cerrarla al que te busca.
Prende nuestros puños engreídos
y sacia de paz nuestras violencias.
Que se derrame tu bondad como el aceite
que consagra cada paso del sendero;
que tu justicia se entrelace en nuestra carne
amasando en tierra y sangre un hombre nuevo.
Pascual Saorín