Un hogar para todos
La Iglesia es una familia unida y no una institución uniformada. Refleja así la riqueza del misterio trinitario, en el que se armoniza la unidad existencial con la comunión de distintas personas. Si la Iglesia es “pueblo de Dios” y Dios es Trinidad Santa, su pueblo ha de ser un pueblo plural, rico en culturas y espiritualidades. Como una vidriera hecha de piezas distintas y de diferentes colores, en la Iglesia tratamos de ensamblar nuestras formas y nuestros colores, sabiendo que lo más importante es dejar que la luz de Dios atraviese todos y cada uno de ellos, para generar una atmósfera que ayude al ser humano a encontrarse con el misterio sagrado que le puede salvar.
La parroquia de san Diego, como ninguna otra, no puede ni debe aspirar a agotar todos los carismas y espiritualidades. Con una historia y unas características propias, nuestra comunidad parroquial ha forjado un estilo eclesial abierto, dialogante y profundamente misionero. Muchas personas que tal vez no han encontrado su sitio en otros lugares, lo han hecho aquí; no porque seamos mejores, sino porque Dios quiere que, en la riqueza de su pueblo, el Espíritu suscite también estilos menos formales o encorsetados, respetuosos con todas las espiritualidades, pero lo suficientemente abiertos como para que nadie se sienta extraño. Nuestra parroquia pretende ser un puente entre Dios y la humanidad, tendiendo la mano a todos; también a los que en algún momento no se hayan sentido identificados con la mayoría de estilos y carismas eclesiales contemporáneos.
En nuestra comunidad se opta por una “identidad de la no identidad”. Somos discípulos de Jesús. Dando gracias por los muchos movimientos y asociaciones cristianas, esta parroquia pretende ser casa de acogida para todo aquel que, no habiendo encontrado su sitio en otro cauce, encuentra en la libertad del espíritu una atmósfera más propicia para vivir su fe; una fe que necesariamente nace de la realidad como una luz que pretende iluminar los caminos de la justicia y de la paz. Nos parece evidente que este tipo de hacer comunidad se fundamenta en la rica tradición de la Iglesia que, especialmente a partir del concilio Vaticano II, ha renovado la alegría de sentirse parte del Pueblo de Dios y miembro del Cuerpo Místico de Jesucristo, guiados siempre por el Espíritu Santo.
Es este Espíritu el que hoy nos empuja, alentados por nuestro Papa, a forjar una Iglesia en salida, con atributos de madre y vocación de hospital de campaña; una Iglesia sinodal, es decir, que camina junta y unida a pesar de tener carismas y funciones distintas, donde nadie es más que nadie. Es nuestra parroquia una iglesia que huye del clericalismo y de las nuevas formas de fariseísmo o integrismo religioso que, lejos de tender las manos, las usan para cavar trincheras. Entendemos la Tradición como un relevo del fuego del Evangelio, no de las cenizas que este va dejando al o largo de la historia. Comprendemos que a nuevos tiempos se necesitan nuevos odres que a su vez quedarán también viejos en unos años. Buscamos eludir el apego, vivir de la añoranza de tiempos mejores, dejándonos tocar por el “hoy de Dios”, haciendo una lectura creyente de la realidad a través de la cual nos sentimos llamados a convertirnos y robustecer nuestra fe.
En este periodo de crisis y decadencia cultural en el que vemos cómo muchos valores importantes se van arrinconando dando lugar a una sociedad hedonista, nuestra parroquia apuesta por:
– El valor de la comunión, vivida sobre todo en la familia, pero también en los grupos y equipos parroquiales.
– El diálogo y el uso de la palabra (sobre todo de la Palabra de Dios que inspira el magisterio eclesial y la Tradición) como forma de recibir y transmitir la fe, así como de resolver los problemas cotidianos.
– El servicio como sello que hace creíble las palabras, poniendo a los más pobres y marginados en el centro de nuestro trabajo, como hacía Jesús de Nazaret
– El sentido lúdico y gratuito de la vida, expresado sobre todo en la oración personal y comunitaria que tiene en la sagrada liturgia su fuente y su meta, unificando así la fe y la vida.
Bienvenidos seáis todos aquellos que decidáis sumarse a este apasionante proyecto, como un eslabón de tantos otros, sobre todo de los mártires, que han hecho posible lo que hoy somos, poniendo el cimiento de lo que podemos llegar a ser.
Pascual Saorín Camacho, parroco.